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viernes, 8 de abril de 2011

Artículo sobre la crisis... del siglo XVI, pero tan actual como la de ahora

Quinientos años de usura

08 abr 2011
ANDRÉS VILLENA
En la segunda mitad del siglo XVI no existía todavía la Fundación Fedea, pero eran muchos los expertos que enviaban por cuenta propia memorandos al rey con las soluciones a la crisis en la que se encontraba el imperio español. Era el caso de los arbitristas, suerte de aspirantes a sabios o gurús que, con el avance de la recesión, acabaron reducidos al nivel de tertulianos: sin la necesidad de la TDT, se multiplicaban al ritmo de la subida de los precios, uno de los problemas más graves para la potencia, según documenta en su memorable Carlos V y sus banqueros el historiador español Ramón Carande.
Administrar un imperio en el que no se ponía el sol no era una tarea fácil y Carlos V pudo pronto comprobar cómo los ingentes ingresos de la Corona eran insuficientes para reducir el déficit estatal. Faltaba mucho dinero: a pesar de las enormes cantidades de metales preciosos traídos de las Indias y al carecer de un banco central o público, el monarca tuvo que acudir a la banca privada internacional. No era mala época para ello: el crédito estaba muy barato, lo que llevó a una enorme expansión financiera, con la creación de instrumentos a los que los estados recurrían para seguir adelante con sus empresas. Estas consistían, sobre todo, en guerras que constituían una especie de inversión al representar un primer paso para un ulterior desarrollo económico. Una forma de crecimiento siempre orientado al futuro, bastante desligado del bienestar de los habitantes del imperio.
La presión de los acreedores –banqueros alemanes como los Fugger y los Welser, además de conocidos financieros genoveses– se hizo furiosa, ya que la solvencia española no sacaba precisamente pecho: Felipe II heredó de su padre una deuda de 20 millones de ducados y la había multiplicado por cinco al cabo de su reinado. Al tener la necesidad de seguir huyendo hacia adelante, la Corona tuvo que suspender pagos en 1557, 1560 y, posteriormente, en 1575. Las bancarrotas echaron atrás a muchos prestamistas y los tipos de interés se dispararon hasta el 70%. La confianza estaba de capa caída: los españoles no pertenecíamos aún a los PIGS, pero fueron muchos los ataques contra la deuda pública, emitida al mercado en unos títulos denominados juros, que acababan sometidos a todo tipo de operaciones especulativas. Por entonces no existían los hedge funds, los CDS ni las agencias de rating, pero la tecnología existente sobraba como para que, como afirma Carande en su amplio estudio, el mundo de las finanzas internacionales conociera su apogeo al mismo tiempo que el imperio español y su economía real entraban en una irreversible decadencia.
Lógicamente, todo este dinero que a duras penas Carlos V y Felipe II iban devolviendo a sus acreedores tenía que venir de algún sitio. Los planes de austeridad se centraron en la multiplicación de todo tipo de impuestos, que incluso afectaron a los privilegiados estamentos militares y religiosos. Pero lo peor, como siempre, se lo llevaron los ciudadanos de a pie, para los que se concibieron las alcabalas, que gravaban un tercio de sus ingresos. Un ejemplo ilustrativo refleja la evolución de estas tasas en pocos años: en 1584, las familias segovianas pagaban seis veces más que en 1561 en concepto de impuestos directos. Como siempre, contribuían a salir de la crisis los que más tienen.
Esta cirugía fiscal precipitó al Reino de Castilla –que soportaba buena parte de la carga imperial– en la recesión y descapitalizó la región, reduciendo a los consumidores a la indigencia y alejando las inversiones de las empresas productivas: la industria perdió fuerza y lo que hoy llamaríamos fraude fiscal se centró hace cinco siglos en el contrabando del oro proveniente de las explotadas colonias. La explosión de la burbuja imperial duró bastante tiempo y fue progresiva, pero la suerte había quedado echada en este período. La obtención de créditos a toda costa parecía haberse convertido en un fin en sí mismo, con unos pocos beneficiarios y muchos perdedores.
Varios cientos de años después, gobernantes de los que se han pintado menos cuadros quisieron “sacar a España del rincón de la Historia” para ascenderla después “a la Champions League de la economía”. De nuevo acudieron los banqueros para financiar estas expansiones, que crearon en los ciudadanos una sensación de riqueza virtual. El desenlace final lo conocemos todos: detrás del castillo de naipes, sólo han quedado enormes deudas y una serie de prestamistas con poca paciencia por traerse su dinero de vuelta: ahora los llamamos los “mercados”, pero se parecen a los de antes, sólo que con muchas pantallas de ordenador como referencia.
¿Cómo devolverles lo que se supone que es de ellos? Esta vez, el castigo viene en forma de recortes sociales e ideas-fuerza que subrayan la culpabilidad y la complicidad de la población en el proceso de endeudamiento. De esta forma, la católica España “ha vivido por encima de sus posibilidades” y, como penitencia, habrá de “reformar y sanear” para volver “a la senda del crecimiento”: las alcabalas de nuestros días son las pensiones del mañana, el futuro despido libre y un altísimo suelo de paro que pronto nos hará pagar para poder tener un empleo. Parece que algunos no hemos aprendido mucho de nuestra Historia y que, quizá por eso, los de siempre tienen el camino allanado. A lo mejor habría que mandar a más de uno de vuelta al instituto.
Andrés Villena es economista e investigador en Sociología por la Universidad de Málaga
Ilustración de Iker Ayestaran
DIARIO PÚBLICO

Arte del Creciente Fértil

Puertas de Istar, de Babilonia, conservada en
el Museo Pergamon de Berlín
Zigurat de Assur. Son los restos de una torre construida en barro
de la que apenas se puede apreciar la estructura aterrazada y
 con las rampas exteriores.
Detalle del Friso de los Arqueros

Friso de los Arqueros del Palacio de Persépolis
Arte persa, que recoge la tradición mesopotámica de
decorar con barro vidriado y relieves de azulejos. Museo Louvre
Animal imaginario, genio tutelar de palacio persa. Museo del Louvre
Friso de leones - arte persa - Museo del Louvre
Capitel del palacio de Persépolis. Museo del Louvre
Estatua sumeria de orante

Estatua de Gudea - Arte sumerio
Estatua de Gudea sentado

Código de Hammurabi
Estela de Naram Sin - arte asirio



Asurbanipal cazando leones - Arte asirio

Toros alados asirios junto a otras esculturas y relieves
Museo del Louvre
Gilgamesh y el león - arte asirio


Lilith, la primera mujer de Adán, que se fue
del Paraíso antes de la creación de Eva, porque no
aguantaba que Adán quisiera dominarla.
Se considera una especie de demonio de la noche
que pervierte a los hijos de los hombres. Arte asirio.
Estela de los Buitres. Arte asirio

Leona herida. Relieve asirio


Demonio asirio

Marduk - Enlil. Arte asirio


Arte funerario sumerio

Ajuar funerario sumerio - Reina de Ur

Arpa. Tesoro funerario de Ur

Tesoro funerario de una reina de Ur

ARTE EGIPCIO





Esquema básico de un templo egipcio



Otro esquema de templo

Entrada al templo de Luxor


Templo de Karnak




































































Mastaba. Es la forma más antigua y más duradera de tumba.
Tiene una zona subterránea donde se encuentra la cámara funeraria
y una zona construida sobre la superficie.


Esquema de mastaba
 


Otra mastaba. Se puede apreciar el tamaño relativo a las personas.



Esquema del interior de la gran pirámide de Keops



Pirámide de Keops





En esta imagen se puede apreciar el tamaño relativo de la gran pirámide de Keops, si se observa el de las personas que están a su lado o subiendo por la zona de acceso.


Imagen aérea de la tumba de Hatsepsut
Esquema de hipogeo, tumba construida bajo tierra.
La constatación de que las tumbas, incluso las que más trampas tenían, eran saqueadas, lleva a que se busquen formas más seguras, y se piensa en excavarlas en los acantilados del Valle de los Reyes o del Valle de las Reinas,
en el desierto.

Tumba de Hatsepsut, mujer faraón (no se puede decir faraona...)  Es un hipogeo impresionante.

































Escultura 


El alcalde de pueblo y su esposa.
Son esculturas funerarias en las que
queda muy clara la función de las dos
personas: el hombre, con una vida activa y exterior
y la mujer, como mujer importante, no tiene que salir
a la calle ni estar a pleno sol, de ahí el color más claro
de su piel



Del mismo tipo, la escultura del Escriba Sentado que
se conserva en el Louvre.















La escultura ceremonial varía poco a lo largo de la Historia. Se repiten los mismos patrones y los mismos estilos, y prácticamente los mismos materiales. Son esculturas de una diosa con cabeza de leona. Sekmet, diosa de la guerra cruel y de la venganza.
Algunas esculturas tienen tamaño colosal. Son imágenes de faraones
con todos los atributos de la realeza, o de dioses.

Busto de la reina Nefertiti
Las esculturas con parecido físico eran una manera de colaborar en el mantenimiento de la vida eterna del alma, junto con la momificación y la escritura del nombre.

Además de las esculturas ceremoniales o funerarias
se conservan también gran cantidad de objetos de uso personal,
como esta paleta de maquillaje del faraón Narmer, unificador de los
territorios del Alto y Bajo Egipto.

Pequeña escultura de barqueros del Nilo. Se ponían en las tumbas como elementos que recordaran la vida e intereses del difunto.




Esfinge. Los egipcios, igual que todos los pueblos de la antigüedad, creen en la existencia de animales con características humanas, que sólo son visibles en determinadas circunstancias. La esfinge es uno de ellos.




La esfinge más famosa es la de Gizeh, que "vigila" el acceso a las pirámides. Es un templo funerario de Kefrén.


Pintura


La mayor parte de las pinturas egipcias son de carácter funerario y se encuentran en el interior de las tumbas. Son muy realistas, y sirven para recordar al difunto sus actividades mientras estuvo vivo, para que pueda continuarlas en el Más Allá.



Cazadir de aves. La vegetación de la orilla del Nilo y las aves están pintadas con tal
realismo que permiten su identificación.



Otra escena de caza, esta vez, protagonizada por un príncipe acompañado
de una mujer de la familia real. Se reconocen por sus ropajes.



Pintura que representa a un faraón acompañado del dios Horus



Músicas pintadas en el interior de una tumba real.